La teoría evolucionista se conoce desde el siglo XIX y ha sido aceptada ampliamente en el mundo. Sin embargo, no hay que olvidarse que el total de la humanidad no cree un mismo dogma ni corriente. En consecuencia, hay muchas personas que se aferran a explicaciones religiosas acerca de los orígenes y el desarrollo de la vida.
Algunos acogen una interpretación literal de las Escrituras (conocido como creacionismo de la Tierra joven), mientras que otros adoptan un tipo de pseudociencia más compleja (el diseño inteligente).
Reconocer la exactitud
Cuando se habla de la teoría evolucionista no se adentra en un mundo de credos. La ciencia trata de entender el mundo natural y cómo funciona.
Piensa en esto como un método de investigación que mide y reúne evidencia de refuerzo o contra las hipótesis. La evolución trata de explicar el desarrollo de la vida en la Tierra. No dice algo con respecto a los orígenes del universo.
Argumentos basados en las creencias subjetivas no son aprobados ante los ojos de la ciencia. La evolución se pregunta cómo se desarrolló la vida en la Tierra.
El creacionismo se hace preguntas más filosóficas: ¿cuál es el origen del universo?, ¿por qué existe?, ¿cuál es el significado de la existencia? Estas son categorías muy diferentes.
La ciencia se respalda en la evidencia empírica y en la objetividad, mientras que la religión habla de fe, creencia y subjetividad. La mayoría de las creencias religiosas apalean a mitos de la creación.
Respetar y sostener los dogmas
Es importante reconocer que tanto el creacionismo como la evolución son visiones del mundo; proceden de una cierta explicación de los orígenes de este y asumen el mundo conforme a su explicación.
En otras palabras, la conclusión se tiene por cierta de antemano. Se debe reconocer que esta visión del mundo limita tanto al uno, como al otro lo limita su propia perspectiva.