No es un secreto preguntarse cómo surgió la gran diversidad de especies que hoy existen en el planeta, y es una interrogante que no surge en la actualidad, sino desde hace años. Al igual que con el origen de la vida, diversas teorías hablan del origen y evolución de las especies.
En el ámbito científico, la teoría de Darwin es la más aceptada y, en cierta forma, también la más discutida, ya que revolucionó la forma de ver no solo el origen de la vida, sino también las variaciones entre individuos de una misma población y la extinción de especies.
Cuando fue publicada, hace más de ciento cincuenta años, generó controversias y hoy algunos científicos la han reestructurado y deformado para adaptarla a una forma moderna de creacionismo (diseño inteligente).
La evidencia está a favor
Antes de Darwin, muchos científicos de la naturaleza tenían sus propias teorías. Si bien eran casi opuestas a las que desarrolló Darwin, esas teorías le brindaron herramientas para realizar la suya.
La ciencia es una construcción, un proceso gradual y casi siempre acumulativo. La teoría de Darwin deriva su fortaleza no sólo de su consistencia lógica y de suministrar, por el momento, la principal explicación de los fenómenos que se observan en el mundo natural, sino principalmente, de los distintos tipos de evidencia en que se apoya.
Entre estas están el registro fósil, la biogeografía, la taxonomía, la embriología comparada, la anatomía comparada y la cría doméstica de animales.
Sin reproducción no hay evolución
Se le denomina unidad de selección al lugar físico donde opera la fuerza evolutiva para generar el cambio en las especies.
Antes dibujaron un individuo que cambia a través del tiempo, pero ¿puede un individuo solo cambiar en el tiempo? La respuesta es no.
Una especie necesita, aparte de otras cosas, reproducirse para manifestar cambios en las siguientes generaciones o intercambiar material genético. Esto significa que lo que evoluciona no son los individuos, sino las poblaciones (grupos de individuos).